Hace siglos que las mujeres arquitectas, urbanistas y activistas aportan propuestas para mejorar el mundo. Ahí están las beguinas, una asociación de mujeres cristianas que en el Flandes del siglo XIII inventaron una alternativa al matrimonio y al convento con sus comunas, o Cristina de Pizán, quien reivindicó en La Ciudad de las damas (1405) una urbe donde las mujeres se sintieran seguras y fueran libres.
O Jane Jacobs (1916-2016), quizá la teórica que más ha influido en la manera de analizar los fenómenos urbanos en las ciudades contemporáneas. Sus ideas, ridiculizadas en los sesenta por los tecnócratas, hoy se recuperan. La activista estadounidense puso el foco en las personas y no en los edificios, apostó por el uso mixto, el bottom-up (estrategia de abajo arriba), la desobediencia civil y lo local; planteamientos que defiende el urbanismo feminista. La ciudad inspirada en Le Corbusier con zonas de uso segregado –los negocios por un lado, las viviendas por otro– fracasó. Muchos de los mastodónticos edificios residenciales se convirtieron en hervideros de drogas, pobreza, delincuencia y violencia y se demolieron en los noventa.
La lista de referentes femeninos es larga: la activista romana Hortensia (s. I a.C.), las arquitectas Eileen Gray, Charlotte Perriand y Lily Reich, el libro blanco de las mujeres en las ciudades de Anna Bofill…“Sin un reconocimiento de sus aportaciones no vamos a avanzar. A cada nueva generación le toca luchar de nuevo para abrirse camino a causa del borrado de sus antecesoras de la historia. Hoy tejer una red global de conocimiento entre mujeres es más sencillo gracias a los medios de comunicación e internet”, plantea Zaida Muxí, doctora arquitecta y autora de Mujeres, casas y ciudades.
Una visión que comparte Dafne Saldaña, arquitecta y urbanista y miembro de Equal Saree: “La desigualdad en las ciudades se debe a que desde el ágora griega se nos ha excluido de los espacios donde se toman las decisiones. El urbanismo es patriarcal y jerárquico, y los departamentos de urbanismo siguen estando masculinizados”. También es hermético: “No se ha escuchado a expertos de otras disciplinas como la antropología o las ciencias sociales o ambientales”, se lamenta Valdivia.
Baja percepción de seguridad; gentrificación; altos niveles de contaminación y ruido y carencia de zonas verdes, parques, bancos para sentarse, sombras y negocios de proximidad… “No existe una receta única para estos problemas. El urbanismo institucional tiende a simplificar y a diseñar para un solo tipo de persona. Nosotras abogamos por reconocer la complejidad y diversidad de las necesidades de los residentes”, reconoce Saldaña. Para humanizar las ciudades se debe contar con la opinión de los ciudadanos. “La participación no es una encuesta ni una lista a los reyes magos hecha por internet”, matiza Valdivia.
Colectivos como Punt 6 y Equal Saree salen a la calle con grupos de vecinas a auditar los elementos urbanos y sociales, son las llamadas marchas exploratorias. “Esta herramienta, nacida en los 80 en Canadá, permite entender el funcionamiento de las ciudades y diseñarlas desde dentro. Es una experiencia de sororidad: atravesar juntas de noche espacios que generan inseguridad empodera”, opina Saldaña.